11 noviembre, 2016

Falta de estímulos

El estímulo lo es todo en la vida. Sin estímulos no hay acción, nada funciona, nada progresa. El amor, el sexo, las artes, las relaciones de amistad. Todo requiere el necesario estímulo. En política, la reacción de los electores depende de los estímulos que reciban. Unos necesitan más, y otros necesitan menos, como en el sexo. Hay quien se excita con una pequeña caricia y quien requiere aportaciones casi preciosistas para que su libido se despierte.

Cuando en un país como los EE.UU. hay elecciones presidenciales la calidad y la cantidad de estímulos enviados por los candidatos son determinantes, no ya para el voto favorable, sino para la participación en las mismas. En este enorme país, en el que hay tantos ricos, tantos intelectuales, tantos snob y tanta gente culta y de clase media bien consolidada, también hay la otra cara de la moneda: pobres, personas que tienen que trabajar muy duro para obtener salarios míseros, gente poco culta y a la que la cultura le importa un rábano, creacionistas, racistas...Y luego están las minorías más desfavorecidas: negros, hispanos, chinos, árabes, refugiados de mil sitios, con y sin ciudadanía americana, aunque estos no cuentan. Y todos ellos requieren distintos tipos y grados de estímulos para votar.

Donald Trump jugó bien sus bazas. Supo enviar los estímulos necesarios a la gente adecuada. A los más conservadores les habló hasta de un muro en la frontera sur, a los temerosos de la expulsión de musulmanes, a los obreros de las zonas desindustrializadas de industrialización y a los ultrapatriotas de volver a hacer a América grande. Envió los impulsos perfectamente dosificados y con puntería certera. Así, todos ellos, desde el creacionista ultrarreligioso hasta el currante blasfemo pasando por el hispano con papeles o por el negro acomodado, todos fueron a votar. Trump envió mensajes populistas porque, inteligentemente, se dio cuenta, como todos los populistas que cuando las cosas van mal, a la gente hay que decirle lo que quiere oír, aunque sea imposible de cumplir.

Hillary debería haberse dado cuenta de que los mensajes populistas iban a movilizar a todo el electorado conservador. La gente de derechas, da igual que sean pobres que ricos que blancos que negros va a votar porque no es crítica. Esto lo sabía bien la candidata, pero menospreció a aquellos que sin ser conservadores tenían serios problemas, como era la gente del otrora demócrata cinturón industrial alrededor de los grandes lagos, estados casi siempre demócratas. Hilary perdió Pensilvania, Ohio, Michigan y Wisconsin. Se dejó aquí 59 delegados que le hubieran dado la presidencia. Se equivocó. No supo darles esperanza a los votantes, y sin la activación adecuada, muchos cayeron en las redes populistas.

Hillary también menospreció al votante demócrata más acomodado, o con menos problemas. Pensó equivocadamente que su voto era seguro, pero estos votantes no encontraron razones para acudir a las urnas. Hillary ya no gustaba mucho al elector demócrata medio: demasiado quemada durante demasiados años; una candidata sobreexpuesta. Su equipo no supo movilizar a este electorado. Si lo hubiera hecho, tal vez se hubiera evitado el desastre.

Algunos analistas culparon a quienes se abstuvieron de que Trump hubiese ganado. A mi juicio esto es equivocado. El elector no tiene por qué ir a votar si no hay razones para hacerlo y es labor de los candidatos estimularlo adecuadamente para obtener la deseada respuesta. Como en el sexo. Ni más, ni menos.




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