19 julio, 2016

Y Ciudadanos perdió la dignidad

Tienen estos políticos que nos tocaron en suerte (mala) la fea costumbre de ser explosivos en campaña electoral y, cuando se acaba, hacer lo contrario de lo que dijeron. Las intenciones, los programas, las promesas, valen de poco para la totalidad del espectro político español. Sin embargo hay cosas que no deben hacerse en ningún caso; y una de ellas, de importancia no menor, es perder la dignidad.

Ciudadanos perdió su dignidad como partido. Rivera, con toda probabilidad, terminó con un proyecto por una mala decisión: pactar con Rajoy la presidencia del Congreso. Y no es ya que la presidencia de la Cámara Baja tenga una importancia capital, que no la tiene, sino que Rivera dijo alto y claro en la anterior ocasión similar, en enero pasado, que él, que su partido, pensaba que para que hubiera el debido equilibrio en el Estado, el presidente de la cámara debía ser de otra formación que no fuera la del gobierno.

No es ya un asunto de negociaciones, de sillones o de afinidades, es un asunto de principios. Y cuando un partido no es leal a sus principios, pierde la dignidad. Esto, sin duda ninguna, le pasará a Ciudadanos factura en forma de pérdida de votos, lo mismo que, en su momento, se la pasó al PP, al PSOE o a Podemos por parecida razón: no ser fieles a las cosas que proclamaban como sus principios.

Encuentro perfectamente legítimo que Ciudadanos, que se define como «de centro», negocie la investidura con el PP, como lo hizo antes con el PSOE, es lo bueno de ser centro. Incluso encuentro legítimo que se avenga a formar parte de un gobierno. Pero el locuaz Rivera debe saber que si lo hace, Rajoy no puede estar al frente. El mismo se lo marcó como una línea infranqueable en voz tan alta que fue oído hasta por los que no hacemos mucho caso a las campañas electorales.

Ciudadanos era un partido que por su trayectoria en Cataluña, su oposición a los nacionalismos y su carácter centrado tenía las simpatías tanto de votantes del PP que abominan de la extrema derecha imperante en el partido, como de votantes del PSOE, esos progresistas moderados que, sin otra opción, preferían la izquierda a la derecha rancia. Sin embargo, al pasarse por el arco del triunfo los principios por él mismo marcados, Ciudadanos se convierte en un partido vulgar y Rivera pasa a ser aire, nada, un mindundi más a añadir a la lista dentro de la infausta política española.

Así pues, como queda perfectamente demostrado que los llamados nuevos partidos son igual que los viejos pero fundados más recientemente, voy a hacer una premonición sin temor a equivocarme: la abstención aumentará aún más porque votar es ya una actividad de alto riesgo: el elector puede llegar a ser responsable de poner el país en manos de auténticos mentecatos.

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