21 enero, 2014

La asignatura de religión, bajo mínimos

El generalito insistía en que España era la reserva espiritual de Europa, y puede que así fuera. Pero un buen día llegó la televisión y se empezó a vislumbrar lo bien que se lo pasaban los que pecaban en el extranjero. A partir de aquí, todo se desmoronó. El país pasó de ir a ver "El último tango..." al otro lado de la frontera con Francia a programarlo en la tele casi en horado infantil; del temor al castigo de Dios por no ir a misa todos los domingos y comulgar por Pascua Florida, a pasárselo por el forro... Un desastre vamos. Un desastre de sociedad que había que arreglar.

La Iglesia es una institución, o más bien una empresa multinacional, a la que no se le puede negar el éxito: lleva 2 000 años dando guerra y teniendo notoriedad económica y social. Sin embargo ahora parece que las cosas se le empiezan a torcer. La Iglesia nunca quiso que la gente tuviese acceso a la cultura. En cuanto se pensaba un poco, el personal se daba cuenta de las tontadas que decían y de que todo aquello de los milagros, y lo de la continencia, y lo de no comer carne por que lo digo yo, y toda la retahíla de preceptos a cumplir no era más que un modo de opresión encubierto para mantener su poder y su influencia.

Sin embargo, los sesudos doctores que se supone tiene la Santa Madre fallaron esta vez. La estrategia seguida los últimos años en esta reserva espiritual no dio resultado. Esas misas de familia, esas manifestaciones en Colón, esas peroratas de Rouco (cómo se puede ser cura con esa cara de vinagre, debería estar prohibido), esas opiniones sobre lo enfermos que están los homosexuales y esa exigencia de que la religión debe ser evaluable, ya que no puede ser obligatoria, han llevado a la multinacional al desastre: los jóvenes salen pitando. Claro que siempre quedan los pobrecitos que siguen rezando junto al orinal al irse a dormir, pero esto no vale. La Iglesia quiere multitudes.

Según un estudio que publica hoy la Cadena SER, en los últimos diez años la tasa de alumnos matriculados en la asignatura de Religión cayó 14 puntos en primaria, 17 en secundaria y 23 en bachillerato. Todo un éxito para la Conferencia Episcopal, empecinada en obligar en lugar de atraer: esta es la consecuencia. Y todavía me parece insuficiente, pero todo se andará. Ahora tenemos la ley de San Joseignacio, que hace la religión evaluable, es decir, que cuenta en la nota media. Lo que puede ocurrir es imprevisible. Por un lado quienes necesiten una nota alta para acceder a una facultad irá a religión para sacar un diez, por otro los que no necesitan de esa nota, les importará poco que regalen los dieces en religión con tal de no aguantar el coñazo de la catequización.

Es interesante analizar la distribución por regiones. En todos los casos las regiones menos avanzadas cultural y económicamente, tal vez con la excepción de La Rioja, son las que más índice de matrícula registran, lo que confirma la hipótesis de que la incultura es el alimento de la institución eclesiástica. A medida que aumenta el desarrollo social y económico, pero sobre todo a medida que la cultura toma pujanza, la religión es abandonada. Este abandono no es porque la gente deje de ver la religión como algo importante. Las personas siguen siendo religiosas, solo que la religiosidad se percibe como algo íntimo que no hay que andar enseñando como se enseña un abrigo de pieles. Los jóvenes tienen esta característica de la intimidad más acentuada, de ahí estos resultados. Es lo que hay.

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